viernes, septiembre 23, 2005

Ida y vuelta a Tallskogs (2ª parte)

En el breve viaje en autobus hacia Tällskogs, me di cuenta que hasta el momento apenas había visto una sola nube en el cielo. Es un topicazo de tres pares de cojones, pero esperaba encontrarme con un muro gris en los cielos, inmerso en un frio Fimbulvetr después de que el lobo que perseguía al sol se lo tragara. Pero apenas hacía frio y la escarpada costa se veía impresionante, toda aquella zona esta plagada de pequeños golfos y cabos como una ondulación casi simétrica.

Os preguntareis que pasó con el tal Federico, pues como había imaginado casi nada más acercarse el tio era un pedazo de nerd, un friki, un plasta de treinta y pico años, gangoso y con verborrea (él diría que “sodo tengo un poquito de fdenillo”), un tipo de los que no soporta ni su puñetera madre, un pleno candidato a Norman Bates con un fanatismo exacerbado a la banda Turbonegro, sí, no me pregunteis por qué pero este tipo escucha rock, así que tuve que mentir.

-Tu conocez a tudbonegdo?
-Turboqué? Eso no será rock satánico?
-No hombde ezo ded dock zatánico ez todo una zatta de fadacias que...
-Mira, no me interesan esas cosas raras. Yo solo escucho reguetón vale?

De momento parecía funcionar. No me dijo nada más y al subir al autobus me senté al lado de otros dos pasajeros para que ni intentara ponerse a mi lado. Pero al llegar a nuestro lugar de destino volvió al ataque, que de donde era?, que como había llegado allí? Que cual era mi especialidad? Mentí en todo y si podía solo contestaba con monosílabos. Cuando ignoré sus dos últimas preguntas haciendo como que estaba distraido mirando el paisaje que encontrábamos, desistió y respiré tranquilo un rato más. Imagino que si todo el mundo se diera cuenta de que es pesado cuando lo es no existirian los brasas, pero seguro que dentro de nada descubren que parte del adn te hace ser un puto plasta y lo eliminan. En aquel momento mi mayor esperanza era que al menos hubiera algún otro compañero hispanoparlante un poco menos ostiable y no fuera tan jodidamente tarado como para apuntarse a un master solo para ver a Turbonegro o cualquier otro grupo en concierto. Aunque reconozco que mi mayor preocupación era como ir yo al concierto de Turbonegro y luego al de Hellacopters, que se darían en breve, sin cruzarme con aquel engendro.

El término albergue me asustó un poco al leerlo en los panfletos y la información que me habían facilitado, pero por las fotos la cosa parecía no estar muy mal y al llegar allí confirmé que el sitio estaba francamente bien. Era una casa de dos alturas bastante ancha que había sido reconvertida en una especie de hostal en el que su clientela es, principalmente, estudiantes, profesores y empleados de paso en el Instituto de Tällskogs, puesto que el pueblo apenas eran tres casas más entre el bosque de pinos (täll=pino, skogs=bosque) y el acantilado. Aquello era una pasada, todo de una piedra oscura casi negra, un poco porosa, que era de lo mismo que parecían estar hechas las casas, y en algunas zonas cubierta por algo de un verde penetrante que no me quedó claro si eran musgos frondosos, una especie de cesped raro o yo que sé (la botánica no es lo mio).

La casa estaba regentada por un matrimonio más bien orondo, de mejillas sonrosadas que respondían al nombre de Ingrid y Hans (joder no es coña, acaso es raro encontrarse aquí con una María y un José?) Lo primero que pregunté es donde estaba el ordenador con internet y por poco se descojonan. Allí no hay ni cobertura para móviles pero tienen chorrocientos canales por satélite digital.

Continuará...